viernes, 23 de julio de 2010

Regaré con lágrimas tus pétalos

calles de ríos



Trapecista de la ciudad, con botas de tacón y punte stiletto.
Recostada en el equilibrio.
Te balanceabas sobre sonrisas de ruinas.
Sonrisas de cote derecho e izquierdo, estiradas y a media astas,
sonrisas enteras, propias y ajenas.
Sonrisas de café con leche con los dientes en la cuerda sobre una camiseta vieja.
Sonreír en pleno equilibrio.

Sonreír mañana.

En el vaivén de una silla de una tarde rojiza.
De los cordones de tus zapatillas, así te balanceabas.

Mientras la punta de mis zapatos relucía con el único rayito de sol que se dejaba escurrir entre los bloques macizos y espejados de la 9 de julio.
De mis bolsillos caían mil monedas doradas,
monedas de oro que viajan en primera clase para encontrarse con uno mismo.
Las dejaba caer, trapecista y en el equilibrio inundaba las calles de ríos de oros y mares de sueños.
De cabeza a la vida y con la casaca abierta así me sonreía,
y así recibía el viento, del invierno del día mas frío del mundo.
Escuchar entonces monedas que se componían con las rizas.

Y así lo escribí mirando a la tierra.
Y así lo describí mirándolo a los ojos.

Y como todo trapecista y cambio de estación, cambio la posición y miro hacia el cielo, se hizo de noche y llego la mañana,
luego callo la tarde y nuevamente se hizo de noche.
La mañana, la tarde, la noche, y así trascurría, y así recurria…

Mirar para el cielo.
Esperar.
Ser trapecista de la ciudad con casaca y alma abierta.

Y en el sueño de un salto mortal se vislumbraban las nubes, los ruiseñores, la luna y los soles.
Una y mil veces las voces que no se veían y las aves que no partían.
Ya no recordaba la tierra, ni quien caminaba sobre ella, con la mirada hacia el cielo y los ojos inundados de sueños.
Olvidar lo que esta bajo la cuerda, pasaban los días, las lluvias y las sequías.
A cielo abierto el tiempo te recorría.
Tocaba tus manos y te susurraba algo al oído.
Pero una cometa de mares y sauces enredo la cuerda y trajo la tierra hacia arriba.
Y trajo la tierra hacia el cielo.
El trapecio se mece y la cuerda gira,
El corazón se agita y su piel se estremece.
Pero como todo trapecista de la ciudad se amarra bien fuerte.
Y De cabeza a la vida, de pies a la tierra con manos descalza con uñas y piernas.
Piernas desnudas.
Se mantiene amarrado con el único sueño de ser ruiseñor a cielo abierto una mañana en un número de dos trapecios.
Porque vino la tierra hacia el cielo.

 
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