En el bajo espalda en la unión de los dos glúteos, se estira y se retira.
Recuerdo de un palo y una garrafa de 10 kilogramos colgando en el medio, una mochila y algunos leños.
13 de Agosto del año 2004 y algunas lagrimas.
Como hoja en blanco.
Así he de empezar estos días, escuchando a San Martín de anciano, recitando de valores, lucha y esperanzas.
Pero he aquí una hoja en blanco, donde te encuentras… y en el medio de este enrollo de sentires, hablaba de mi valentía y de la superación de no haberme casado con mi madre.
De la libertad que eso me ofrecía.
Y entre lagrimas que ruedan sobre mi mejilla, debatía sobre un mundo de draculas y descorazonados.
Malvados hombres inhumanos.
Y yo ahí toda apasionada, un tanto sonrojada, quemada en ciertas hogueras que yo misma revivía cada vez que una llama no ardía.
Me encontraba así, no se si era, el fuego de la llama o un carbón quemado como resto de esta hoguera.
Pero ahí permanecía ardiendo, encendida y al mismo tiempo oscura y desvanecida.
La lagrima que bajaba por mi mejilla había llegando justo a mi rodilla derecha y en ese preciso momento me pare para espantarla pero la garrafa cayo justo en mi espalda.
Me sostuve en el silencio y en la quietud.
Y un dolor sordo que no voy a describir pero aun mantengo.
El día transcurría y las lagrimas rodaban por mi pecho, por mis manos, por mis piernas y mis pies.
No había nada que hacer.
Solo quietud. En medio de carbones y garrafas en la espalda.
Horas mas tarde tratando de erguirme a pesar del dolor, logre saludar a mi madre, y observarla tirando un puñado de manipulaciones al tacho chiquito que se encuentra justo pegado a su bacha para lavar los platos.
Y en el medio de aquella ruptura, sentía una braza en el medio de mi pecho, que si vos me miraras a contra luz la verías como se transparenta por mi piel, roja y ardiente,
ya erguida y con el pecho ardido que me llegaba hasta la punta de los dedos, me dispuse a entender el gran libro que en la portada decía Padre.
Di vuelta la primer pagina, Pero era extraño, entonces di vuelta la 2da pagina, y así cada una de ellas.
Y cada hoja era blanca, cientos de paginas blancas.
Quede firme sosteniendo aquel libro con mi mirada puesta en aquella hoja en blanco y el pecho bombeando como zapatero de Malambo.
Pasaron 30 minutos para ser precisa y es ahí, cuando por primera ves en mi vida supe que debía imaginar que describe y que cuenta aquel libro.
Mi cerebro torbellino, unió cables e hizo cortocircuitos.
¡Sera que no tienes idea, lo que es el amor de un hombre?, me dije en voz muy baja a mi misma.
Al día siguiente me dispuse en la tarea de dibujar cada rincón de aquellas paginas en blanco.
Llene mi bolso de acuarelas, carbonillas, algo de acrílicos y un grafito negro.
A mi manera te estoy dibujando.